Desde hace un tiempo le doy una y otra vez vueltas al sentido de la responsabilidad que recae sobre cada uno nosotros, o hacemos/sentimos que recaiga sobre nosotros. A veces lo que ocurre a nuestro alrededor, el por qué de ciertas cosas y/o comportamientos cae bajo nuestra responsabilidad, o cargamos subjetivamente con la responsabilidad que aquello conlleva. A veces la responsabilidad no es directa, a menudo es una responsabilidad difusa o repartida entre otros dos, cinco, o entre miles de actores, pero muchas recaen sobre nuestros actos y/o comportamientos de forma clara y directa.
Recuerdo aún a un profesor de ética que siempre nos repetía que el deber implica poder. Y yo le había preguntado más de una vez por la diferenciación entre el deber, el poder y el querer. ¿Somos siempre responsables de ciertos actos y/o comportamientos que debemos, que podemos o que queremos hacer? Él siempre acababa contestando con la misma afirmación: podemos hacer, podemos poder o podemos querer hacer mucho, pero posiblemente no exactamente lo que nos demande nuestro sentimiento de responsabilidad, y sobretodo, jamás lo que puede que nos reclamen otras personas o la sociedad.
Cuando me siento hoy día y pienso sobre ello, me doy cuenta que en parte tiene razón, y que finalmente depende del carácter de cada uno el que cuidemos el medioambiente, que cometamos delitos o que actuemos de una forma concreta con un fin, del que muchas veces no somos conscientes de las consecuencias que acarrea.